martes, 30 de septiembre de 2008

Autobuses de Madrid

Basta con ir en el autobús en el lado contrario al que vas siempre (detrás del conductor, al otro lado del conductor) para ver un Madrid que hace mucho que no veías.

Basta con tener que ir un día en los asientos que van en sentido contrario a la marcha del autobús para tener una perspectiva de los edificios y de los coches que nunca habías tenido.

Basta con coger una línea que nunca habías usado para ver un Madrid desconocido, mucho más interesante que si te vas de viaje a Tailandia o a Brasil.

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Me gusta tanto ir junto a la ventana, viéndolo todo con mucha atención, olvidado del mundo, que no puedo comprender lo que hace tanta gente en los autobuses de Madrid: sentarse en el asiento junto al pasillo, dejando vacío el asiento junto a la ventana. Prefieren ir solos a ir viendo las calles. Creo que con ello se hacen la ilusión de que van en un taxi, solos. El truco funciona: antes que pedirles paso, la gente prefiere ir a asientos peores, o incluso, oh simplicidad, quedarse de pie.

Me gusta fastidiar a esta gente, pedirles que me dejen pasar. A veces te miran con odio, a veces miran hacia atrás, como diciendo "¿Es qué no hay sitios libres, es que me tiene que robar mi soledad?" A mí me da igual: porque me gusta ir junto a la ventana y porque me gusta castigar su afán de soledad, impropio de un transporte público.

Haber ahorrado más, haber trabajado más, haber pillado un taxi.

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No sé porqué, el otro día iba en el autobús tan melancólico, tan débil, que agradecí mucho que una señora se sentara a mi lado. Cuando al rato se quedo libre un asiento de los que van solos, me dio taquicardia: como se levante y se vaya allí, como me deje solo, me pongo a llorar. No sé si ella lo notó, pero lo cierto es que se quedó a mi lado, hasta que al rato fui yo quien la tuve que dejar sola a ella.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Catecismo (1): ateísmo

Parte 1, sección 1, capítulo 1, párrafos 27 a 49.

El capítulo empieza por el párrafo 27, donde se dice que “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre”, de todo hombre, y que sólo en Él encuentra su felicidad. El párrafo 30 cita la famosa frase de San Agustín (“Nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti”), y el 33 añade y desarrolla que “el hombre (todo hombre) se interroga sobre la existencia de Dios”. La citada búsqueda de la felicidad se recoge, mejor aún, en otro párrafo al que remiten el margen, el 1718, que ya no es teología, sino poesía: “(...) el deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer”. En fin, muy honestamente el párrafo 29 admite que mucha gente no sigue este deseo de conocer a Dios, por diversas causas, entre las que cita el mal ejemplo de los creyentes o la indignación por la existencia del mal en el mundo.

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El párrafo 27, del que el resto es un desarrollo, me ha hecho pensar mucho. ¿Realmente se puede entender, hoy en día, que esto siga siendo así, que todo hombre tenga una tendencia natural hacia Dios? Mi duda viene del caso de España, donde hasta hace no mucho todos éramos educados en una visión creyente del mundo, incluso los hijos de los agnósticos o los ateos. Todo el mundo creía en el Niño Jesús en Navidad, el relato de la Pasión nos era familiar a todos, casi todo el mundo hacía la Primera Comunión. Por eso, se puede decir que la gente que era agnóstica o atea lo era al crecer, al madurar, como un rechazo a la tradición que había recibido y que, de mayor, abandonaba.

Ahora empieza a haber el fenómeno de niños ateos, cuidadosamente apartados por sus padres de cualquier formación religiosa, no digo sólo católica, sino religiosa. Yo he visto a niños que no comprendían las figuras elementales de un retablo, en una catedral (el Crucificado, la Virgen, los ángeles), y que sus padres se las explicaban con la condescendencia con la que podríamos hablar de las historia de Júpiter y de Venus; es fácil ver blogs o páginas webs de adolescentes y jóvenes con una visión totalmente atea de la vida (por ejemplo, ante la muerte).

Queda el tema de la felicidad. En España se ha generalizado una ética que podríamos llamar hedonista, moderadamente hedonista: la vida está hecha para disfrutarla, disfrutarla moderadamente, con inteligencia, sin hacer daño a los demás; no conviene sufrir si no es por una buena razón, y de ahí la comprensión general por la eutanasia.

Viendo a estos niños, que ya son ateos, me pregunto: ¿habrá en ellos, como dice el párrafo 27 del Catecismo, una tendencia a Dios, que en algún momento difícil de la vida les lleve a plantearse si sus padres no estaban equivocados, si realmente no existirá Dios (vamos, una crisis de fe, pero en sentido contrario)?

sábado, 27 de septiembre de 2008

Días de miedo

Días de miedo: al petardazo económico; a que quiebren los bancos y las cajas españoles; a que, aunque no quiebren, tengamos nuestro particular corralito y no se pueda sacar más que una pequeña parte de los ahorros. Hay gente que compra cajas fuertes, para llevárselo todo a casa. Ya no se debe tener todo en un único sitio.

Días de tener que ir de bancos, preguntando las condiciones de los depósitos, las garantías que dan; días de irte fijando en los detalles de las oficinas a las que vas (otra gente retirando su dinero, nervios de los banqueros, oferta de intereses desesperados), y de buscar datos en internet (nunca supuse que Bloomsberg o Moodys puntuasen a las pequeñas cajas españolas). Algunos de los banqueros a los que visitas, con muy poca ética profesional, te dan fotocopias que demuestran lo mal que están los otros bancos.

Días de llamar al Banco de España, para conocer las garantías legales que tienen los depósitos, si ocurriese algo: según te cogen el teléfono y les empiezas a formular la pregunta, te cortan, te sueltan la explicación y te cuelgan, a esperar al siguiente temeroso.

La alegre proclama del presidente Zapatero, en Nueva York, esta semana, según la cual el sistema bancario español es el más seguro no sólo de Europa, sino de todo el mundo, ha contribuido a agravar el terror. Cuando ayer fui a Caja Madrid, a informarme de sus condiciones, la chica, agotada, me pidió: "Por favor, vuelva el lunes, si no le importa: he respondido hoy tantas veces a esa pregunta, que ya no puedo más"

jueves, 25 de septiembre de 2008

Eclesiastés

“¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!

¿Qué provecho saca el hombre de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?

Una generación se va y la otra viene, y la tierra siempre permanece.

El sol sale y se pone, y se dirige afanosamente hacia el lugar de donde saldrá otra vez.

El viento va hacia el sur y gira hacia el norte; va dando vueltas y vueltas, y retorna sobre su curso.

Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al mismo lugar donde van los ríos, allí vuelven a ir.

Todas las cosas están gastadas, más de lo que se puede expresar. ¿No se sacia el ojo de ver y el oído no se cansa de escuchar?

Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!

Si hay algo de lo que dicen: "Mira, esto sí que es algo nuevo", en realidad, eso mismo ya existió muchísimo antes que nosotros.

No queda el recuerdo de las cosas pasadas, ni quedará el recuerdo de las futuras en aquellos que vendrán después”.

(Traigo aquí el inicio del Eclesiastés porque ha sido la lectura de hoy, en Misa, y me he quedado muy impresionado; creo que debo leerlo despacio y reflexionarlo bien)

(El texto viene de Catholic.net)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

En el otorrino

Desde que estuve en la playa, en agosto, tenía molestias en el oído derecho. Cuando tosía era como si alguien me diera golpecitos ahí, así que al final me he animado a ir al otorrino.

El otorrino tiene su consulta en el barrio más fino de Madrid, el barrio de Salamanca. La sala de espera tiene estucos en el techo, como un palacete, y de uno de ellos sale una lámpara con veinte bombillas; desde la ventana veo a las señoras ricas entrar en las tiendas caras, aunque ninguna sale con bolsas.

El otorrino me recibe serio, y me sienta en una silla como de dentista. Mete por mi oído una especie de punzón, y me enfoca con una lampara potente. ”¡Ah, sí, tiene usted un cuerpo extraño”. ¿Un cuerpo extraño? Hay que ser un médico fino para decir algo así, en vez de “una cosa” o “algo”.

Gira mi cabeza hasta que el oído queda paralelo al suelo y me echa agua oxigenada. Me vuelve a poner normal y me pega una palangana al cuello (no hay problema: tiene un entrante que encaja en mi cuello). Dispara un chorro de agua, nada, dispara otro chorro de agua y suena un ruidillo metálico, como de moneda que cae. “Mire lo que era”, me dice:

Sobre la palangana de plata, en medio del charquito de agua, reposa un minúsculo grano de arena de playa.

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¡Quién me diera,
Dios mío,
un otorrino del alma,
que sacara los granitos
que taponan mi alma,
que taponan mi vida,
que taponan mi corazón,
y así poder volver al mar!

lunes, 22 de septiembre de 2008

Catecismo

Queridos amigos:

Me he comprado el Catecismo de la Iglesia Católica (sí, admito que no lo tenía), en su versión soft, formato pequeño, tapas blandas y papel fino. Viene con un librito resumen de preguntas y respuestas, y todo ello metido en una bonita caja dura.

Espero que esta compra mejore el nivel teológico de este blog.

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Mi primera sorpresa ha sido que dí por supuesto que empezaría hablando de Dios: de su existencia, de sus características, de su capacidades, no desde la Biblia, sino en abstracto, en plan metafísica. Un apartado, digamos, que pudieran leer con interés un cristiano, un musulmán, un hindú. Luego ya se iría concretando: el Dios revelado, el Dios cristiano, el Dios católico. Abrí el tomito con temor, por mis pocas nociones de filosofía.

Y sin embargo, esto no es así. Empieza hablando de la actitud del hombre hacia Dios : el deseo de conocerle, la capacidad de hacerlo, las vías para hacerlo. No digo esto como crítica, claro, sino por un exceso de racionalismo por mi parte. En ningún lugar del índice se refieren al concepto metafísico de Dios. La Iglesia, Madre y Maestra, debe entender (con razón) que qué necesidad tiene un católico de meterse en sutilezas sobre Dios, en abstracto, cuando hay tanto que decir de Dios revelado.

El índice alfabético, bajo el concepto “Dios”, remite a una parte bien interesante, muy clara, a la explicación de la definición que Dios da de Sí Mismo a Moisés: Yo soy el que soy (epígrafes 199 a 213). En concreto, el epígrafe 212 explica muy bien qué puede significar esa enigmática frase: todo y todos somos relativos, nuestra existencia es breve, mientras que Él ha existido desde siempre y seguirá haciéndolo por siempre, intemporal e inmutable.

(No voy a leer el Catecismo así a saltos, según me apetezca cada día, sino ordenadamente, empezando por el epígrafe 1, incluso quizá por el Compendio que le acompaña).

Luto

Por el militar Luis Conde, de 46 años, asesinado por ETA en Santoña, Cantabria, con un coche bomba aparcado junto a una Academia militar.

viernes, 19 de septiembre de 2008

La cena

Fueron a cenar a un restaurante al que iban mucho, antes de casarse.

Ella comprendió pronto que había sido un error ir allí. Al aburrimiento de todas las cenas se unió la pena, recordando lo felices que habían sido en aquellos años. A cada uno le interesaba mucho lo que hacía el otro, le pedía muchos detalles de lo que contaba, se emocionaba con aquello. ¡Vaya charlas que tenían, de horas y horas! Parecía, sí, que cualquier cosa tonta que se contaran fuese, en realidad, un gran acontecimiento que merecía ser detallado. ¡Qué pena cuando se tenían que separar! Se casaron felices por haber encontrado a alguien tan interesado en sus pequeñeces.

Con el paso de los años, cuando él le contaba a ella otra vez un problema con un adolescente del instituto, cuando ella le contaba a él la visita de un comercial a la empresa, era otra vez el mismo rollo de todas las veces, un asunto que ya había oído contar miles de veces y que ya no era interesante, ante el que ya no había nada serio que decir. Casi lloró al recordar a sus padres. ¿Por qué, se preguntaba ella mientras tomaban la sopa en silencio, a su padre le seguía pareciendo muy curioso lo que le contaba su madre del cuidado de la casa, y a su marido ya no le interesaban nada ni los pequeños asuntos de la empresa, ni sus pequeños problemas de salud, ni los pequeños hechos que veía desde el coche? (Tampoco a ella le interesaban los de él, aunque ella no se diera cuenta de esto).

Todo empeoró aún más cuando ambos, para huir del aburrimiento, se buscaron nuevas actividades. Ambos vieron con recelo aquello, en la cabeza ajena: era un mundo nuevo, desconocido, que no existía cuando se conocieron ni cuando se casaron. Él no quiso saber casi nada de los cursos de ella, ella no quiso saber casi nada de los deportes de él. Lo que habría tenido que ser un nuevo aliciente para sus charlas se convirtió en un nuevo vacío, en otro síntoma de lejanía. Ninguno quiso acompañar al otro en las aventuras que iniciaba.

Ella se sintió desgraciada.

Él buscaba a una camarera muy mona que trabajaba antes allí: ¿es que la habían despedido?

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Reaccionario

Definición del carácter reaccionario (que no es lo mismo que la ideología política reaccionaria):

Hace 20 años todo iba mejor que ahora,
y esto me enfurece;
dentro de 20 años todo irá peor que ahora,
y esto me asusta.

(Dos cosas endulzan la dureza de esto:

la creencia en la Providencia de Dios, saber que Él acabará ganando, saber que Él escribe derecho con renglones torcidos;

la fascinación ante las bellas cosas nuevas que va dando la vida:
qué hermosa esta nueva maceta que han puesto,
qué guapo este nuevo niño que ha nacido,
qué admirable este nuevo tratamiento médico que han descubierto)

martes, 16 de septiembre de 2008

En el suburbio

Voy a un suburbio de Madrid.

En el tren que me lleva se suben dos punkies, él delgadísimo, ella gordísima. En cierto momento, se dirigen a la puerta que da a la pasarela entre los vagones. Van pasando por turno, cada uno está un tiempo dentro mientras el otro vigila (él desafiante, ella riéndose), adivina qué estaban haciendo. Lo asombroso no es esto, sino que ningún viajero les dijimos nada, lo que avala, una vez más, esta idea: que lo horrible de nuestro tiempo no es la maldad de los malos, sino la cobardía de los buenos.

Dos protestantes jóvenes, con sus revistas, me intentan parar. Al rato veo que han logrado ponerse a charlar con un viejo. Como siempre, me parecen admirables e imitables: si de 50 personas paran a 20, y si de esas 20 una acepta sus revistas e ir a su iglesia, su mañana ya habrá valido la pena.

En el aparcamiento público hay muchos autobuses, muchos eslavos y muchas mesitas con productos en venta. Cada autobús tiene un cartel con el nombre de una ciudad polaca; otros están en cirílico, pero la matrícula tiene una banderita que resulta ser la de Ucrania. Los polacos y los ucranianos entregan paquetes y dinero a los conductores, o los reciben tras enseñar un documento. Todos se saludan muy alegres, se abrazan, pero en voz baja, sin pegar los gritos de los españoles.

Un ciego está junto a una gran avenida, con un cartel al aire en el que pone “Taxi”. No soy capaz de ofrecerme a ayudarle, y luego, como siempre, me viene el arrepentimiento. Lo gracioso de este caso es que, hace pocos días, pensé: “¿En qué cosas concretas me pediría Dios que fuera más generoso con los demás?”, y no supe qué responderme.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Gracias

Gracias a Dios y (en parte) a vuestras oraciones, los médicos han dicho a mis amigos que la niña viene bien, sin síndrome de Down, sin ninguna otra enfermedad. Ha sido un gran alivio, sobre todo para ellos, tras unas semanas muy tensas.

¡¡Gracias!!

viernes, 12 de septiembre de 2008

100

La rubia de los 50 euros no volvió a la cafetería; yo también dejé de ir.

Apliqué el consejo del ministro, y me fue bien.

Sigue subiendo al autobús la cajera, elegante pese a su sueldo escaso; nunca me atrevo a pagar en su caja.

La familia siguió gastando y gastando y ya debe tanto dinero como lo que llegó a tener ahorrado
(ya nadie le presta).

Os hice caso, y acerté.

Vencí a las croquetas; ahora libro lucha sin igual contra el pastel de pollo.

Y, ay, Teka, mi proto-lectora, la primera que me dijo “Qué interesante blog, te dejo la dirección del mío”, desapareció de esta casa, desapareció de la suya, desapareció de mi vida.

(Muchas gracias, a todos, de corazón)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

99 (duda)

Mi gran duda en estos días es la siguiente:

Publicar el post número 100 ¿es algo realmente importante? ¿Es más importante que publicar, si llego, el post 200 o el 300? ¿Hay que celebrar los post múltiplos de 100 o mejor celebrar los años, los aniversarios del primer post? ¿No hay que celebrar nada, sino intentar mejorar el post nuestro de cada día, sin darse tanta importancia?

Y, si hay que celebrarlo, ¿cómo hacerlo? ¿Una lista de todos los comentaristas, con un agradecimiento cordial, más cordial cuanto más se ha comentado? ¿Un ranking de los post que más me gustan, visto con perspectiva? (no, esto suena muy vanidoso) ¿Una reflexión sobre lo que yo esperaba en el post 1 y lo que ha ido saliendo? ¿Una poesía? ¿Alguna encuesta? ¿Pongo simplemente 100 y ya está?


(Anoche granizó, salvajemente, en Madrid, con gran acompañamiento de truenos. Sentí que alguien ametrallaba mis persianas. Por la calle empinada bajaba un río, con espuma y todo. El tejado de enfrente se puso blanco, como nevado. Tuve miedo. Recordé la frase de Jesús: El que oye mi palabra y la pone por obra es como el que edifica en roca firme.

Al amanecer, con sol, las aceras estaban cubiertas de hojas verdes arrancadas de los árboles, con su vaina y todo, a las que nunca les llegará la vejez del otoño. )

viernes, 5 de septiembre de 2008

La candidata

Una mujer, una electora, ¿debe cambiar su voto porque un partido nombre a otra mujer candidata a la vicepresidencia del país? Y un varón de raza negra, o china, o alemana, ¿debe modificarlo porque otro partido nombra un candidato de la misma raza que la suya? Y un luterano ¿ha de votar a un partido distinto del habitual si otro partido nombra a un candidato luterano a presidente?

La respuesta en todos los casos es , si se dan tres condiciones: (1) Que el elector entienda que el candidato y él, como grupo, tienen una serie de problemas o de intereses comunes. (2) Que esos problemas o intereses del grupo a él, al elector, le interesen o le preocupen. (3) Que crea que el candidato, si es elegido, realmente pueda hacer algo por esos problemas o intereses. Si no se dan las tres condiciones, votar a un candidato que es mujer como tú, negro como tú, luterano como tú, es tan folklórico como votar a uno cuyos antepasados son irlandeses, como los tuyos, o que nació en Tampa, Florida, como tú.

Voy a un ejemplo práctico, el de los católicos estadounidenses. ¿Votarían estos católicos más de lo habitual al candidato a presidente por los demócratas en 2004, John Kerry, por ser católico? La respuesta, probablemente, es no porque: (1) Muchos de ellos no creerán que existan “problemas católicos”, como el aborto, el matrimonio gay o la investigación con células madre. (2) Incluso aunque lo creyeran, son temas que les dan igual, que no van a hacer variar su voto. (3) En fin, para aquellos que sí que creen en la existencia de esos “problema católicos” y que ansían una solución para ellos, desde luego votar a liberales, como era Kerry, no soluciona nada, más bien lo empeora.

Curiosamente, para esta última categoría de católicos concienciados, puede ser más sugerente votar a la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, que sin ser católica tiene ideas mucho más claras sobre estos temas que muchos políticos católicos, y (en concreto) que el candidato a la vicepresidencia de Barack Obama, otro católico liberal.

(Aclaración final: cuando digo “problemas católicos” no hablo de problemas que sólo afecten a los católicos, sino a cualquier hombre de buena voluntad, sea cual sea su religión o su falta de religión).

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Dios te necesita

He pensado muchas veces en esta pregunta:

¿Por qué he de trabajar en las cosas de Dios?

Erróneamente, lo he pensado muchas veces desde mi propio interés: para salvarme (pero no, probablemente basta con la Misa del domingo, el sexto mandamiento y no robar, no hay que complicarse más); para ser feliz (pero hay muchos tibios felices, o al menos contentos). La respuesta, pues, no puede venir de mi conveniencia.

La respuesta correcta viene de María y José: he de trabajar en las cosas de Dios porque Dios me necesita. Siendo Dios omnipotente y mi creador, siendo yo nada, me necesita. En concreto, necesita que yo colabore (un poco) con su gracia para salvar a los demás y para ayudar a los demás, a los cercanos a mí. Él puede hacerlo directamente, puede convertirnos directamente (San Pablo), puede ayudarnos directamente (milagros), pero no lo suele hacer, esa es la regla del juego.

Dios me necesita para que yo le ayude a salvar a los que están cerca mío, para ayudarle a ayudar a los que están cerca mío. Si no lo hago yo, posiblemente nadie más lo vaya a hacer.

(A su vez, esto presume cierto amor mío hacia Dios, pero tampoco, creo, un amor místico, inmenso: es como el que quiere moderadamente a la Patria y vive cómodamente, hasta que un día la Patria es invadida. ¿Puede uno quedarse quieto, ante la inmensidad del hecho?)

martes, 2 de septiembre de 2008

La era de la sandía

Acaba la era de la sandía,
empieza la era del higo

(en las fruterías de Madrid)

lunes, 1 de septiembre de 2008

El Gatopardo (y II)

La novela va dando saltos, cada capítulo se desarrolla 10 o 20 años después del anterior: las muchachas del inicio son las viejas del final. En el penúltimo capítulo, el Príncipe de Salina, El Gatopardo, muere lentamente durante veinte páginas, en un hotel, lejos de su palacio, tras recibir la extremaunción. La parte más profunda del capítulo, quizá, es la siguiente:

“Estaba haciendo el balance de pérdidas y ganancias de su vida, trataba de extraer de la inmensa montaña de ceniza del pasivo las diminutas briznas de oro de los momentos felices”

Va enumerándose a si mismo, en medio de la agonía, esos momentos: poco antes y poco después de su boda, algunas charlas con su hijo el inteligente (que pronto se fugó a Londres), los ratos en el observatorio astronómico, los ratos de cacería, la recepción de un premio científico en la Sorbona, ... Todo lo demás es nada, todo se desvanece. Suma esos momentos de felicidad y, a duras penas, superan el año. Como muere con 70 años, empieza a hacer cálculos del porcentaje de años felices (1) frente a los aburridos o indiferentes (69). En esto le pilla la muerte.

Cuando era más joven, el párrafo me urgía a aprovechar bien mis años, a hacer cosas, muchas cosas que horas antes de mi muerte pudiera poner en el activo de mi vida. Curiosamente, ahora, con la perspectiva del tiempo, recuerdo con más gratitud ciertos estados de ánimo, gente que he conocido o decisiones que he tomado, incluso miedos antiguos, antes que cosas que hice en aquellos años, o antes o después.