martes, 30 de diciembre de 2008

Feliz año y gracias

Queridos amigos míos:

Feliz año 2009, para vosotros y para vuestros seres queridos.

Y ¡gracias!, porque en este año que acaba me han pasado tres cosas buenas (el final de un largo juicio, el viaje a la Montaña y el inicio de este blog) y una mala (una pelea familiar), y sin vosotros, la 3ª buena no habría sobrevivido.

Así que felicidades, gracias y hasta el año próximo.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Misa de las familias

Asistió una enorme multitud, pero yo me moví con astucia, y acabé cerca del altar, en la plaza de Colón.

Habló brevemente el gran Kiko Argüello, muy aplaudido por los muchísimos kikos (neocatecumenales) que me rodeaban.

El Cardenal Rouco, en la homilía, fue muy prudente y no tocó temas políticos, para evitar el lío del año pasado. Tan sólo lamentó el terrible número de abortos que hay, y les llamó "auténticos santos inocentes de nuestra época". Grandes aplausos.

No llovió, gracias a Dios y a vuestras oraciones. Todo el rato estuvo cubierto, salvo en el momento de la consagración, en que por unos minutos se abrieron las nubes y salió un sol tibio.

En fin, en la Comunión se cantó el maravilloso poema de Santa Teresa, ya usado en la Beatificación de los 500 Mártires del siglo XX, en Roma, el año pasado:

"Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines..."

sábado, 27 de diciembre de 2008

Misa de las familias: vísperas

Mañana, en Madrid, en la plaza de Colón, Misa de las familias, convocada por el Arzobispado.

Esta Misa tiene su antecedente en el Encuentro de las Familias organizado el año pasado, en el mismo sitio, también en el último domingo del año. Fue aquel, para mí, un día luminoso, y no sólo porque hizo muy bueno. Como vivo algo aislado en la pequeña vida de mi parroquia, fue estupendo entrar en contacto con los grandes movimientos de la Iglesia. Hablaron primero algunos obispos españoles (incluido el mío, el de Madrid, claro) y luego gente de movimientos importantes. Habló, por supuesto, el gran Kiko Argüello, el santo Kiko Argüello, auténtico organizador de facto del encuentro, habló poco y pronto empezó a cantar con voz potente-profética. Habló Andrea Ricardi, fundador de la Comunidad de San Egidio. Habló un señor de la Renovación Carismática, a partir de un texto del Antiguo Testamento: un pasaje en que los israelitas se rebelaban contra Dios, una vez más, pero uno de ellos declaraba que él y su familia apostaban por Dios, hicieran lo que hicieran los demás, igual que queremos hacer nosotros, hoy, dijo el carismático: nosotros y nuestra familia volvemos a apostar por Dios, pase lo que pase.

Me fui con la idea de que, si yo tuviera que meterme en un movimiento por lo oído ese día, me haría de San Egidio o carismático. Fue, en fin, una gran mañana, espiritualmente hablando.

Como España es un país miserable y triste, lleno de odio, nada de esto se tomó en cuenta. Lo único que salió en las noticias fue que un obispo había dicho que en España se estaban recortando los derechos fundamentales y que otro había añadido que hay una política hostil hacia la familia. Lo dijeron como de pasada, entre otras muchas cosas, pero pareció que todo lo que se dijo en esa mañana fueron esas dos frases. Hubo enormes debates, grandes broncas. Y, sí, estando ya disuelto el Parlamento para las elecciones de marzo, se reunió con urgencia la Comisión Constitucional del Congreso, y todos los grupos, incluidos los ex-democristianos vascos y catalanes, atacaron a los obispos; sólo el PP les defendió, pero muy tibiamente.

Sentí dos cosas: miedo, por el odio que soltaba mucha aquella gente, 70 años después de la guerra civil parece ser que la cuestión religiosa no está resuelta en España; y, junto al miedo, orgullo, un gran orgullo de ser parte de una institución viva que logra cabrear a los políticos, que rompe la uniformidad, que motiva con dos frases que se haya de reunir toda una Comisión de un Parlamento en funciones: ni los sindicatos, ni los empresarios, ni los ecologistas, ni los periodistas, ni las feministas, ni ... ; sólo la Iglesia tiene tal fuerza social como para provocar semejante número.

Rezad para que la Misa de mañana salga bien, y (si es posible) que no llueva.

martes, 23 de diciembre de 2008

Feliz Navidad

Muy queridos amigos míos:

Espero que Dios os dé una feliz y santa Navidad en compañía de vuestra gente, y que por unos días todos podamos olvidar los problemas y los disgustos.

Del año nuevo ya hablaremos.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El Quijote (y V)

La historia de Don Quijote acaba mal.

Don Quijote y Sancho llegan a Barcelona, donde les asombra ver, por primera vez en su vida, el mar. Allí son agasajados y queridos por mayores y por niños. Un día, Don Quijote pasea por la playa acompañado sólo por su caballo Rocinante, cuando se encuentra con el Caballero de la Blanca Luna, que le reta a combate. Sorprendido, nuestro héroe acepta: la gloria de Dulcinea está en juego. No hace falta ni siquiera que se crucen las armas: basta el roce entre los dos contendientes para que Rocinante se caiga al suelo, y con él su señor, que queda vencido. El Caballero de la Blanca Luna (en realidad, un hidalgo de su mismo pueblo) le impone una dura condición: que durante un año deje de ser caballero andante. Don Quijote, siempre fiel a las reglas de caballería, acepta.

Los once capítulos que quedan hasta el final son, ellos solos, una historia dentro de la historia, la gran historia de un hombre que se hizo grandes ilusiones con la vida y ha de retirarse, derrotado, desilusionado. Ante todo, se quita su armadura y su lanza, que irán en el asno de Sancho, y así, sin el aspecto que le vemos en todas la estampas, emprende el camino de vuelta hacia la Mancha, ya convertido en un hidalgo normal. Como diríamos ahora, Don Quijote va deprimido. No quiere quedarse a compartir la comida o la charla con los grupos de buena gente con los que se van encontrando por el camino. Pasa por los escenarios donde, en el viaje de ida, ocurrieron hechos heroicos, y que ahora le producen dolor. Ya no habrá grandes charlas con Sancho ni grandes reflexiones, sino dos obsesiones: que el escudero se dé de una vez los tres mil azotes que son necesarios para desencantar a Dulcinea y que, en vez de quedarse durante todo el año en el pueblo, se vayan con algunos amigos al monte, a vivir como pastores felices, al modo de las églogas bucólicas.

Al poco de llegar al pueblo Don Quijote enferma gravemente, quizá de melancolía. Confiesa, hace testamento y pronto cae en la agonía. Pero da un último paso: despierta y, al revés de los que caen en la locura en tales circunstancias, él cae en la lucidez: reconoce que todo ha sido absurdo, que los libros de caballerías son malditos y, en fin, que él no es Don Quijote, sino Alonso Quijano, el Bueno.

Y así se muere, cerrando la historia para siempre.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El Quijote (IV)

Ya vimos en las anteriores entradas sobre el libro cómo Don Quijote, que en la primera parte era sólo un personaje literario, se vuelve, en la segunda, un personaje real: el libro que nosotros hemos leído, la primera parte, aparece en la segunda parte, para asombro de Don Quijote y Sancho, y todos hablan sobre ella, como pudiéramos hacerlo nosotros, que también la hemos leído. La primera parte ya no es una obra literaria, sino histórica, de la que se puede discutir si ha reflejado bien o no lo que ocurrió realmente. Ya expusimos en los tres comentarios anteriores cómo los personajes leen o han leído el libro, y las conclusiones a las que llegan al conocer a Don Quijote.

Cuando ya falta poco para llegar al final, la historia da un nuevo giro: aparece otro libro, tan real como la primera parte que hemos leído: la segunda parte del Quijote, escrita por un tal Avellaneda, natural de Tordesillas, libro que realmente se editó y vendió en la España de Cervantes. Este libro indigna a Don Quijote, no sólo porque está mal escrito, sino porque no refleja la realidad de la historia: así, dice que él dejó de amar a Dulcinea del Toboso, idea absurda y sacrílega, claro. Los personajes de la segunda parte auténtica que han leído esta continuación apócrifa reconocen pronto esto: que el Don Quijote que ellos tienen delante es el auténtico, que se parece totalmente al del libro 1º que leyeron, y que no tiene nada que ver con la continuación de Avellaneda.

Por supuesto, el indignado no es Don Quijote, sino el propio Cervantes, al que le robaron lo que ahora llamaríamos propiedad intelectual, y además con estilo mediocre. Durante estos capítulos, cercanos al final, de vez en cuando habrá pullas contra el libro falso: una señora tiene una visión del infierno, y ve a los temibles diablos de la puerta jugando a arrancar y quemar las hojas de un libro que resulta ser ... el Quijote de Avellaneda; Don Quijote hace testamento, pide perdón a todos los que ha ofendido y, entre otros, a Avellaneda, por haberle dado la idea para escribir un libro tan malo.

¿Acaba aquí la cosa? Ni mucho menos, el genio de Cervantes lleva a dar un último giro, estupendo. Nosotros creemos que Avellaneda se limitó a escribir una historia falsa, que no se correspondía con la realidad de Don Quijote. Pero, en el capítulo LXXII, ya cerca del final, Don Quijote se encuentra con otro caballero, llamado Don Álvaro Tarfe. ¿Y quién es este señor? Pues uno de los personajes principales del Quijote falso. Cervantes le mete en su novela, le da nueva vida, y al ponerse a hablar con Don Quijote sobre la primera parte se vuelve, por ello, personaje real. Y es que resulta que sí, que sí que ha existido otro falso Don Quijote y otro falso Sancho, no son mera invención de Avellaneda sino personas reales, suplantadores, con las que Don Álvaro habló y caminó. Tras charlar un rato con los auténticos, Don Álvaro reconoce que aquellos dos eran falsificadores. De esta forma genial, Cervantes da un giro asombroso: el Quijote de Avellaneda no sólo es una mala novela, sino un libro histórico que contó la historia de unos suplantadores.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Por mi barrio

Anuncio en un bar: "Horario de nochevuena y nochebieja".

Placa que venden en una tienda de antigüedades: "Las bodas celebradas por el capitán del navío sólo tienen validez durante la travesía".

Belén monumental en el escaparate de una tienda. Lo mejor, un pastorcillo que mea, con eso al aire, con un chorro que de verdad cae al río.

Como hace un año, en un balcón pequeñito, un muñeco de nieve gigantesco, de plástico hinchable. Iré a verlo todas las tardes, el año pasado se desinfló pronto y quedó ahí durante días, doblado sobre la barandilla, como triste símbolo de este tiempo pasajero.

En otro bar han adornado el escaparate con la portada del periódico del día en que Obama ganó las elecciones. ¿Son norteamericanos venidos a mi barrio? Curioso, entro a tomar un café. Sobre la caja registradora, otra foto de Obama, muy sonriente. Los que atienden no parecen de Wisconsin, son españoles de toda la vida. ¿Cuánto tiempo les durará la ilusión? ¿Qué decisión del nuevo presidente les llevará a arrancar las dos fotos?

domingo, 14 de diciembre de 2008

Belén

Pongo, por fin, el belén.

Este año uso una mesa de tamaño medio y la cubro con un tapete verde: es la hierba de Belén, claro. A la derecha está la Sagrada Familia, aún sin el Niño, y una vela. Es la vela de la fe, pero también de la caridad, porque si la giras resulta ser de Manos Unidas. El Nacimiento está separado del resto de la escena por un río, hecho de papel de plata, que me ha quedado muy bien, y sobre el río un puente hecho de pinzas de madera.

Al otro lado estamos nosotros, todos nosotros: los Reyes Magos, una china de porcelana, un negro de madera, un ángel que toca el tambor, dos chulapos típicos de Madrid, un perrito ladrador, una andaluza bailando, dos pastores muy serios, todos entre palmeras y un pequeño árbol de Navidad. De esta forma, el río pasa a ser las dificultades que tenemos para acercarnos a Dios y su caridad, y el puente de pinzas es la gracia de Dios para lograrlo.

...

El belén me queda simpático, bien. Ha habido años grandiosos, con ángeles colgados del techo, luces intermitentes, musgo que olía a musgo y varias alturas. Ha habido años depresivos, de poner el Misterio y nada más. El de este año es algo intermedio, lo que es mucho, porque no es un momento muy feliz: la crisis y el paro, mi amiga enferma cada vez peor, algún problema familiar, el anuncio del gobierno de tocar la Ley de Libertad Religiosa, el frío, la cutricie de la iluminación de Madrid, ...

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Lisboa

Vuelvo a Lisboa después de 10 años.

Lisboa me gusta, ante todo, porque me recuerda al Madrid de hace 30 años, cuando yo era un adolescente: los chicos ceden el asiento en el autobús a los viejos o a las embarazadas ("grávidas"), las paredes tienen manchas y desconchones, los coches respetan los semáforos, la gente respeta las colas del autobús, la Misa está llena de gente joven, hay librerías e incluso gente comprando, las señoras llevan un peinado tremendo que se han hecho ellas solas sin ir a la peluquería, la gente se atreve a tender la ropa en la calle, las chicas no se besan en la boca por la calle, se puede poner un belén en una esquina sin que te lo tiren a pedradas, nadie pone las pezuñas en el asiento de al lado. Sí, es como volver al Madrid de 1980, aunque con mejores coches y con teléfonos móviles.

Dos elementos de decoración, muy portugueses. Toda la ciudad, hasta los barrios lejanos, tienes las aceras asfaltadas con pequeñas piedras cúbicas, blancas o negras. Millones de piedras desde el centro al último rincón: en las zonas finas, las piedras hacen dibujos, pájaros, liras, flores; en las zonas pobres, una sencilla fila de piedras negras bordea el interior de piedras blancas. Millones y millones de piedras, pacientemente puestas, piedra a piedra, así puedes llegar a asfaltar todo Portugal. Y otro, los azulejos de las fachadas: por muy pobre que sea una casa portuguesa, por muy sencilla que sea su arquitectura, en cuanto la forras de azulejos, todos alegres, todos del mismo color y del mismo dibujo, ya pasa a ser algo simpático, algo bonito, donde merece la pena vivir.

Tres monumentos. Las ruinas del convento del Carmen, con la gigantesca iglesia que se vino abajo en el pavoroso terremoto del XVIII, sólo quedan las paredes y los nervios del techo, entre esos nervios vimos venir el atardecer y la luna y la noche, en silencio. El claustro de la Catedral, viejo, oscuro, lleno de palomas que viven en los huecos siniestros entre los ladrillos, todo huele a humedad, todo huele a vejez y a vegetación, como en una leyenda de Becquer. El Palacio del Presidente de la República, palacete encantador, muy portugués, con su pequeño comedor, su pequeño despacho, su pequeña capilla, su pequeño jardincito, su pequeña balconada llena de azulejos azules y blancos, nada que ver con el gigantesco Palacio Real de Madrid, y en cada habitación un florero con flores frescas.

Cardenal Cañizares

(Queridos amigos:

Comencemos por lo importante, sigamos por lo demás)


El Santo Padre, Benedicto XVI, ha nombrado al Cardenal Arzobispo de Toledo, monseñor Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto y los Sacramentos.

Deo gratias!!

Los viejos de este blog ya le conoceís: es el valiente Cardenal que, pese a la lluvia, pese al frío, pese al viento, hizo salir la procesión del Corpus en mayo pasado.

Que Dios le ayude al frente de la importantísima Congregación en estos tiempos de lluvia, de frio y de viento.

(Mañana o pasado hablamos de Lisboa)

jueves, 4 de diciembre de 2008

¡Até a volta!

Muy queridos amigos míos:

Me voy unos días a Lisboa.

¡¡Até a volta!!

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Catecismo (6): Credos

Parte 1, sección 2, párrafos 185 a 197.

Acabada la sección 1ª de la 1ª parte, en la que se nos ha enseñado cómo Dios se dirige el hombre (Revelación) y cómo el hombre responde a Dios (fe), empieza la gigantesca sección 2ª, casi mil párrafos, donde se nos va a explicar el Credo.

Antes hay una breve introducción sobre los Credos o Símbolos de Fe o Profesiones de Fe, es decir, las listas de verdades esenciales que el cristiano ha de creer si quiere ser parte de la Iglesia. Hay dos muy importantes, el Símbolo de los Apóstoles (p. 194) y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano (p. 195), que son el Credo que diecisiete siglos después seguimos utilizando en la Misa. Junto a estos Credos tan importantes, el Catecismo explica que ha habido otros, en la Historia de la Iglesia (p. 192) dictados por Concilios, Papas o Santos. Entre ellos he descubierto uno que, ignorante, desconocía, y cuya lectura me ha parecido muy hermosa: el Credo del Pueblo de Dios, de Pablo VI (1968).

lunes, 1 de diciembre de 2008

Catecismo (5): fe

Parte 1, sección 1, capítulo 3, artículos 1 y 2, párrafos 142 a 184.

Si hasta ahora el Catecismo ha hablado de Dios que se revela al hombre, ahora concluye esta Sección con el hombre que responde a Dios mediante la fe. Hay fe cuando “el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios; con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que se revela” (p. 143). Copia el Catecismo a Santo Tomás de Aquino: “Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia (p. 155).

Así, interviene la gracia de Dios porque la fe no es un logro del hombre, sino “un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él” (p. 153). Interviene la inteligencia pues “el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (p. 156); el creyente (o el que aspira a serlo) intenta comprender, lo mejor posible, con su inteligencia lo que Dios ha revelado (p. 157), y para ello Dios ha dado diversas pruebas e indicios útiles a la inteligencia (p. 155). Interviene, en fin, la voluntad, pues la fe ha de ser libre, nunca impuesta, igual que Jesús invitó, sin coaccionar (p. 160).

La fe, bien entendida, no se opone ni a la razón ni a la ciencia, si éstas son honestas (p. 159); la fe no degrada ni nuestra inteligencia ni nuestra voluntad, y ahí el Catecismo pone una comparación simpática con el matrimonio, en que uno se cree lo que le dice el otro, se fía de él y presta su consentimiento a la “comunión mutua” (p. 154); la fe es al mimo tiempo una adhesión a Dios y a su Palabra (p. 150) y al mismo Jesús (p. 151, que cita a Jn, 14.1: “Creéis en Dios, creed también en mí”).

En fin, pese a ser un acto personalísimo, la fe no se vive solo, sino en comunidad, en la Iglesia: “nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo” (p. 166); “yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (p. 166). El Catecismo añade una observación muy precisa de un tal Fausto de Riez: “Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuera el autor de nuestra salvación” (p. 169).

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Estos dos artículos del Catecismo nos llevan a un tema delicado, doloroso, como es el de las personas que no tienen fe a su pesar. En la definición de Santo Tomás y en la explicación del Catecismo queda claro que la fe es voluntaria, y por ello tiene un componente moral, pero exige previamente que uno vea, aunque sea con dificultad. ¿Qué pasa con la gente que no tiene fe, o que la pierde, pese a su buena intención? Uno de los párrafos a los que remiten estos dos artículos del Catecismo, el p. 2088, hace una distinción importante: duda voluntaria de fe, que atentaría contra el primer Mandamiento y sería censurable, y duda involuntaria, de fe, algo doloroso por lo que el Catecismo muestra su comprensión: “la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta”.

Hace no mucho leí en el periódico una entrevista con un actor español muy viejo: a su avanzada edad, quizá ya cerca de la muerte, lamentaba no tener fe, no poder tenerla, y hablaba con envidia de los que la tenían. Esto me impresionó, por el contraste con lo habitual, cuando se entrevista a actores, políticos, escritores, y se enorgullecen de no creer en Dios como quien se ha liberado de una superstición o de la creencia en las brujas.