viernes, 6 de febrero de 2009

Spe salvi (IV)

Esperanza y acción: firmeza del que actúa con esperanza cristiana

En sentido contrario, al hombre que actúa con esperanza cristiana será más difícil desanimarle, pues la esperanza en Cristo, basada en la fe, nos lleva a seguir siempre adelante:

“Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar” (pár. 35).

Aunque las cosas vayan mal, aunque yo no vaya a ser beneficiado por esos trabajos en los que me meto, aunque vea las miserias humanas, aunque sea consciente de la falta de medios y de fuerza, todo eso da relativamente igual, pues en la partida de la Historia, Dios siempre acabará ganando, aunque yo no llegue a verlo.

Benedicto nos hizo avanzar hacia esta idea en la parte anterior de la encíclica. Tras elogiar el amor humano, recuerda que éste es frágil y condicionado por la muerte del otro. Por ello, “el ser humano necesita un amor incondicionado. (...) Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces -sólo entonces- el hombre es “redimido”, suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que hay que entender cuando decimos que Jesucristo nos ha “redimido”” (pár. 26). De igual forma que en el amor, el hombre tiende a una esperanza sin condiciones: “En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (Jn 13,1; 19,30)” (pár. 27). Esta esperanza se fundará en el amor infinito de Dios, en la confianza en mi salvación.

Pero, ante ello, añade el Papa, ¿no hay el riesgo de acabar en una esperanza egoísta, individualista, como a veces reprochan los ateos a los cristianos? “No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser “para todos”, hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos” (pár. 28). La conclusión del Papa está llena de luz: “Su reino [el de Dios] no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto” (pár. 31).

3 comentarios:

Unknown dijo...

Nada más cierto:

La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios.

Un abrazo, amigo.

maria jesus dijo...

Estoy releyendo la enciclica y con tu permiso ¿si? te copio para sacar todo el jugo posible. Gracias

Fernando dijo...

Hola, Yeste, ya viste lo bien que explica Benedicto esa fuerza que nos viene de la fe para seguir adelante.

Hola, María Jesús, a ver si cuando acabes de releerla nos cuentas en tu gran blog tu opinión o tus pasajes favoritos.