lunes, 22 de noviembre de 2010

La novela del joven rico (II)

La escena principal de mi novela sobre el joven rico sería, claro está, su conversación con Jesús. Me limitaría a copiar el Evangelio, sin añadir nada, cogiendo los matices de los tres evangelistas: llegó corriendo y se arrodilló (Marcos), Jesús le miró con amor (Marcos).

Este brevísimo capítulo habría sido preparado por dos elementos previos muy importantes. Por un lado, el joven rico ya conocería personalmente a Jesús, le habría visto al menos una vez, aunque no hubiera hablado aún con Él. Yo evitaría cualquier escena de milagros, el interés del joven rico por Jesús debería ser intelectual, religioso, nada de la fascinación por un ciego que ve o un tullido que anda. ¿Qué tal ponerle entre la multitud que oyó el Sermón de las Bienventuranzas? O mejor aún ¿por qué no situarle en la sinagoga de Cafarnaún, durante el discurso tremendo del Pan de Vida? Fuera cual fuera la escena elegida, el joven quedó impresionado y se formó un gran concepto (personal e intelectual) de Jesús.

El segundo elemento en las semanas previas al encuentro sería el desasosiego interior del joven, buen cumplidor (como su familia) de la Ley de Moisés. ¿Quién no ha sentido en la adolescencia que la Misa con la familia, el ayuno de Cuaresma, las imágenes religiosas en el hogar, la bendición de la mesa, eran prácticas formales, insuficientes, sin la plenitud que se supone en la fe viva? Así, el joven, sin dudar nunca de la verdad de todo, debía sentir desde hacía tiempo que su vida se malgastaba, que quizá faltaba algo que ni sus padres ni el rabino de la ciudad eran capaces de señalar. ¿Es que Dios había elegido a Israel sólo para que cumplieran la Ley?

Ahí oyó a Jesús por primera vez y pensó que Él le iba a resolver la confusión.

...

Si difícil es describir la inseguridad previa a la escena, mucho más complejo es desarrollar, en los días y semanas siguientes al encuentro con Jesús, el "se fue triste": quedó deprimido, diríamos hoy. El joven volvería a su tranquila ciudad de provincias, a su vida plácida en el campo, a su casa cómoda: ¿cómo iba a renunciar a todo eso? Hizo bien en ser realista, pero ... Una vez que se convenciera de que hizo lo correcto, volvería el agobio previo, a la sensación de malgastar sus años sin un sentido claro, la evidencia de que había una vida auténtica pero que él no había sido capaz de intentarlo. Había fallado a Dios.

Poco a poco se iría calmando.

6 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

La parte de "El joven volvería a su tranquila ciudad de provincias, a su vida plácida en el campo, a su casa cómoda" se me hizo tan figurada que sentí que nunca podría hacer otra cosa. Ni él, ni yo.

Andy dijo...

Insisto, deberías ponerte, con tranquilidad y poco a poco, a escribir la novela. Sería algo maravilloso que, además, me recuerda a un libro, "Memorias de Andrónico" del gran profesor José Luis Sicre. Aún no lo he leído, pero dicen que está muy bien.

Con respecto a la parte final, de volver a su plácida vida, volver la insatisfacción etc... me recuerda a lo que decía un jesuíta sobre la voación. Él lo definía como el "vaivén" vocacional. Insatisfacción, ganas de abrazar la vocación, luego el miedo, las ganas desaparecen en la comodidad de la vida... luego vuelven...

Angi Burt dijo...

¿Lo ves? Andy es de los míos: hacen falta más autores de libros interesantes. Y gracias por acordarte del aniversario. Como me retraso, las 300 entadasqu -que no los 300 años-, se diluyen... y hasta se me había olvidado.

Fernando dijo...

Ahí está el mérito, Juan Ignacio, si el chico hubiera sido pobre habría sido aún más mézquino no dejándolo todo por Jesús.

Me parece, Andy, que esos vaivenes no son propios sólo de la vocación sacerdotal o religiosa, sino que cualquier católico está más animado unas semanas que otras para coger su cruz y seguir a Jesús.

Gracias, Angi, y ¡feliz 300º cumpleaños!, de nuevo.

AleMamá dijo...

Llego retrasada pues ya has subido el tercer capítulo, pero ¡me está encantando! nunca lo había pensado ni pa'trás ni pa'delante, sólo le he deseado siempre un final feliz con Cristo.

San Josemaría Escrivá enseñaba a "meterse como un personaje más" en las escenas del Evangelio y tú lo haces de maravilla en las descripciones. ¿Desde qué punto de vista lo narrarías? ¿en primera o tercera persona?

Ahora voy al tercero.

Fernando dijo...

En 3ª persona, Alemamá, aunque ya dije al inico que este personaje nos cautiva porque, en mayor o menor grado, todos somos el joven rico.