miércoles, 21 de enero de 2015

800

Hoy cumplo 800 posts.

Gracias por seguir ahí.

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¿Por qué abrimos un blog?

No -necesariamente- para contar las grandes cosas de nuestra vida. Llamé a varios amigos sólo para contarles lo de mi denuncia en comisaría. "¡Fabuloso!", me contestaron. El asunto les interesó, era morboso, me pidieron muchos datos. Me dieron las gracias por contárselo.

Sí para contar las pequeñas cosas de nuestra vida, para compartirlas, para recibir opiniones. "Salí de casa y el sol rebotaba en la ventana de enfrente". "No me dolía nada y me sentí feliz". "Cociné polvorones y se hicieron sopa de polvorones". No llamas a un amigo tuyo para decirle estas cosas. No quedas con él sólo para ello. Y aunque lo hicieras te podría contestar: "¿Y qué? Eso nos pasa a todos. ¿Por qué me lo cuentas?". Pero tú quieres decírselo a alguien y que te responda, aunque sea con algo que no tenga nada que ver con el post.

Las pequeñas cosas de nuestra vida que contamos en el blog dejan de ser sólo nuestras y ya no se olvidan. Dios las ve siempre, nunca son pequeñas, pero a veces no nos basta con eso.

Y ¿por qué a veces esto deja de funcionar durante un tiempo? ¿Por qué a veces nos parece que en realidad da igual si el sol rebota o no, si nos duele algo o no, si hacemos polvorones o no?

viernes, 16 de enero de 2015

Policía

Me han robado dinero. Han usado el número de mi tarjeta para sacar dinero desde un país lejano. Gracias a Dios y a la eficacia de mi banco, saltó la alarma y se bloqueó la tarjeta. Si no ahora estaría arruinado.

En el banco me indican que de he poner una denuncia para recuperar el dinero. Gracias a Dios (nuevamente) es la primera vez en mi vida que he de hacer algo así.

Voy a una comisaría de la Policía Nacional en un barrio pobre que me pilla de paso. El primer día la cosa no empieza bien: el policía de la puerta no me deja entrar porque me falta un sello del banco. Paciencia.

El segundo día no hay problemas. Paso sin tener que cruzar el detector de metales, debieron verme aspecto respetable. El edifico es antiguo y limpio. Hay una sala de espera como en el médico, una puerta ostentosamente abierta te permite ver el baño, por si vas nervioso. Varios carteles te advierten de tu responsabilidad si pones una denuncia falsa. Y si te ha desaparecido el coche te animan a que antes compruebes si se lo ha llevado la grúa municipal. Todos los policías (ellos y ellas) son jóvenes y llevan en el uniforme grandes hombreras, como si tuvieran un chaleco anti-balas.

Me hacen pasar muy pronto. La sala de denuncias es larga, dividida en tres compartimentos, me entero de los casos de los otros dos denunciantes (han entrado en el local de uno; la ex esposa del otro no le ha entregado al hijo en el turno de visitas). ¿Qué pasaría si fuéramos a denunciar casos siniestros?

Me atiende un policía joven que escribe asombrosamente rápido. Al principio me mira con sospecha pero luego se convence y me da consejos para evitar estas situaciones. La policía que recoge la denuncia del padre frustrado pasa por ahí y también da su opinión. Al acabar el atestado lo imprime y me lo pasa para que le lea y firme. Soy "el dicente", qué bonito, suena a Quevedo. Al final no sé si he de dar la mano al agente: como no me la tiende me limito a decir "adiós y gracias".

Fuera hace mucho frío.