viernes, 24 de marzo de 2017

Libros, mosca, cocina

Leo Orlando, de Virgina Woolf. Algo ha cambiado en mi cabeza. Hace diez o quince años me pareció una novela excelente y ahora me suena artificial.

Leo Los santos van al infierno, de Gilbert Cesbron, sobre un sacerdote obrero francés en los años 50 del siglo XX, antes del Concilio Vaticano. Demasiados discursos, demasiados buenos sentimientos, quizá la gente era mejor entonces. Algo bueno: el afán sincero del sacerdote por servir a Dios y a los demás, quizá de forma errónea. Y también: el conocimiento por todos -incluidos los comunistas- de conceptos como "redención", "comunión de los santos", "gracia": esto ya no existe -al menos en España-.

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Subo las escaleras de casa andando. Murió una mosca y su cadáver yace en el interior de un peldaño, pegado al fondo: sólo lo ves si subes a pie. Ayer me asusté, el cadáver ya no estaba, ¿es qué el portero ha limpiado? Pero no: estaba buscándolo un piso antes.

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Días de depresión culinaria, sin querer cocinar, sólo ensaladas o sándwiches.